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UNA MUJER DE MUNDO

Tan pronto como Aline sale a la cálida brisa de Mallorca, notamos una irresistible energía en torno a ella, humilde, sabia e intuitiva. El cuello de su ligera blusa de satén resplandece con el sol de la tarde, destacando un cierto centelleo en sus ojos, que han visto la belleza allende la costa de Palma. Proponemos sentarnos en un lugar del jardín tropical del Palacio Can Marques, un hotel con diseño suyo al que dio vida junto con su compañero Kim. Acepta, mientras quita del sofá unas cuantas hojas rizadas, se sienta y esboza una sonrisa incluso antes de que empecemos.


Comenzamos por el principio, hasta que queda claro que podría haber varios principios. Las palabras salen de sus labios como líquido, salpicando conversaciones en su día mantenidas y ciudades entonces experimentadas. Hay riqueza en sus descripciones, que siguen un hilo de fuerza creativa, desde las pasarelas de moda a los mercadillos, de un continente a otro. Los muebles que movía de sitio cuando era niña fueron la primera señal de una diseñadora que no vería límites para su creatividad. Notamos lo mismo en su relato, a medida que pasamos de escoger máscaras africanas a encargar estatuas de piedra en Florencia. La amplitud de su visión creativa se incrementa con cada país que menciona, así que preguntamos cómo se las arregla para darle sentido a todo. Hace un gesto en el aire: “Paneles de inspiración”. Compartimos una sonrisa.


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